Cuando todo decía “se acabó”, Dios hizo que un profeta comprara tierra sitiada y prometió escribir Su ley en corazones sitiados. La Escritura quedó en un cofre; la promesa, en el firmamento; y el pacto, en el alma. Porque para el Dios de Jeremías, la esperanza no es deseo: es título de propiedad firmado por Aquel para quien nada es imposible.